Els Cortals d’Encamp, Andorra

Es cierto que lo que casi todo el mundo conoce de Andorra son sus pistas de esquí, y muchas de las personas a las que les comenté que el pasado verano visitaría este pequeño país me respondieron de la misma manera: algunos bromeaban con un «vas a ver la nieve, ¿no? jaja» y otros un poco más serios me decían «pues me han dicho que Andorra sólo merece la pena en invierno»…

Pero si hay algo que todo viajero va aprendiendo con el paso de los años, es que no se puede fiar de las opiniones de los demás a la hora de elegir su próximo destino (bueno, un poco sí pero lo justo). Al final lo mejor es que cada uno descubra por su cuenta todos los lugares que tenga a su alcance, independientemente de lo que haya oído sobre ellos, y por eso convencí a mis padres para hacer una escapada de un par días a Andorra durante nuestro viaje por Cataluña.

En esta entrada voy a hablar precisamente de aquel lugar de Andorra en el que más seguro estuve de haber hecho lo correcto: Els Cortals d’Encamp.

Grandvalira es una de las estaciones de esquí de Andorra y Els Cortals d’Encamp uno de sus puertos. En la oficina de turismo de Andorra la Vella nos aconsejaron subir en teleférico a lo más alto (aunque no hubiese nieve, recalcaron) y a pesar de que las alturas no son mi fuerte mi hermano y yo nos aventuramos a llevar aquel plan a cabo.

Llegamos a la pequeña Encamp justo tras visitar el también impresionante Lago de Engolasters. El río Aixec cae por la montaña desde lo alto de Els Cortals, y los postes del teléferico siguen en paralelo su curso hasta la estación, cerca de la que aparcamos el coche. Mis padres prefirieron quedarse abajo paseando por el pueblo, y mi hermano y yo nos fuimos directos a la oficina de venta de billetes, que estaba prácticamente desierta.

La estación de Encamp se encuentra 1.330 m de altura, la intermedia a 2.090 y la de Els Cortals a 2.502. El trayecto total dura entre 15 y 20 minutos, si no me falla la memoria… Un poco largo, pero las vistas son impresionantes y fuimos muy entretenidos haciendo fotos. Además íbamos solos todo el trayecto (habrá que ver cómo se pone esto en invierno… ¡vaya agobio! ).

Tras perder de vista la pequeña Encamp, se pueden ir viendo los sinuosos caminos y carreteras que suben hasta ambas estaciones, una de las muchas rutas para ciclistas que se pueden recorrer en este pequeño país.

Y por fin, llegamos a lo más alto. Reconozco que soy de los que siempre dicen «no, yo soy más de turismo de ciudad» cuando me preguntan si en mis viajes visito parques naturales, pero Andorra y los Pirineos volvieron a despertar esa parte de mí que se emocionó más que nadie hace ya cinco años mientras descubría los parajes de Irlanda (concretamente Lough Tay y el Valle de Glendalough, en los Montes Wicklow). Tanto es así, que en breve volveré a aquella isla para recorrer los magníficos paisajes del Ulster.

Nos quedamos un rato allí arriba, contemplando las pistas que meses después estarían repletas de esquiadores pero que en ese momento eran de un intenso y homogéneo color verde. No teníamos ganas de bajar, pero nuestros padres nos esperaban y no hubo más remedio… Me prometí volver algún invierno a aquel mismo lugar y retratar otra vez las mismas vistas, pero ya cubiertas de nieve.

En definitiva, ¿merece la pena visitar Andorra en verano? Yo, desde luego, lo tengo claro