Ploumilliau es un pueblecito de Bretaña situado entre las ciudades de Lannion y Morlaix que cuenta con apenas 2500 habitantes. El nombre del pueblo contiene dos referencias bastante comunes en la región bretona: por un lado, el prefijo plou-, que significa parroquia; y por otro, milliau, referencia a san Milio de Cornualles —en francés, Saint Milliau—, cuasilegendario rey celta que a principios del siglo vi gobernó Bretaña.
Precisamente a san Milio está consagrada la iglesia desde la que se ramifican todas las calles del pueblo: un bonito templo gótico de granito construido durante el siglo xv y que cuenta con detalles típicos de la arquitectura religiosa bretona, como por ejemplo el campanario calado acabado en aguja octogonal, los contrafuertes cilíndricos que flanquean el campanario y algunos de los pórticos, o las gárgolas de temática fantástica. Nosotros aparcamos el coche en la amplia plaza que rodea a la iglesia, cerca del monumento a los caídos en las dos Guerras Mundiales y de la carnicería Ollivier, un comercio que lleva abierto más de doscientos años.
Llegamos a Ploumilliau atraídos, no solo por la iglesia, sino sobre todo por una escultura del siglo xvii que se custodia en su interior: un esqueleto realizado en madera que consiguió captar mi atención mientras ojeaba las páginas de nuestra guía de Bretaña. Y es que, para alguien que opina que las más ilustres obras de arte que alberga su ciudad natal sean los cuadros de Juan de Valdés Leal que se conservan en el Hospital de la Caridad y la apesadumbrada «canina» que todos los años sale a la calle el Sábado Santo como parte de la procesión del Santo Entierro, no es de extrañar que tras ver una fotografía de semejante figura ajustara el itinerario a toda costa para poder hacerle una visita.
No teníamos ni idea del horario de apertura de la iglesia, si es que había alguno (no encontramos nada al respecto en internet), así que fuimos probando una a una todas las puertas hasta que la quinta y última cedió. El interior estaba oscuro y vacío, salvo por un señor que nos miró sorprendidos al vernos entrar. Según nos dijo, se encontraba afinando el órgano nuevo, y nos invitó a pasar a visitar la iglesia mientras él estuviera allí, así que muy agradecidos le tomamos la palabra.
Y allí colgado de la pared del transepto, junto a los confesionarios, se encontraba el llamado «Ankou» de Ploumilliau, un esqueleto cuya mano derecha porta una guadaña mientras que la izquierda sostiene una pala de enterrador. En el folclore bretón la palabra «Ankou» designaba a los siervos de la muerte y, según la tradición, el último hombre fallecido en cada parroquia cada año pasaba a convertise en el nuevo Ankou de esa parroquia. A este se le asignaba la tarea de recolectar las almas de aquellos que fenecieran durante el año siguiente, y para los años en los que el número de fallecimientos era inusualmente alto, existía el siguiente dicho: War ma fé, heman zo eun Anko drouk, algo así como «por mi fé, el Ankou de este año es bien molesto». Tradición curiosa donde las haya.
Si bien la tradición del Ankou estuvo siempre muy arraigada en Bretaña, la figura de Ploumilliau es la única que se conserva de ese estilo realizada en madera. Se pueden encontrar representaciones parecidas en la región, pero labradas en piedra en las fachadas de las iglesias, y en lugares cercanos como Kernascléden y Kermaria pudimos ver también frescos mostrando a la Danza de la muerte, otra temática igual de macabra muy popular en la Bretaña medieval.
Aparte del Ankou, en la iglesia de Ploumilliau se conservan unas veinte tallas que sobrevivieron a la destrucción de la Revolución francesa, como la imagen de Notre-Dame-des-Grâces, del siglo xiii, o la Piedad del siglo xvii que se expone en una hornacina. De entre ellas, la más llamativa es sin duda la del propio patrón, san Milio, al que se representa con las manos sosteniendo su propia cabeza, curiosa iconografía que muestra el hecho de que según la tradición cristiana este santo murió decapitado por su hermano Rivod, que usurpó su trono en el año 531. En el centro de la vidriera que se encuentra tras el retablo mayor también se puede ver al santo en igual postura, con la aureola curiosamente emplazada tras el hueco en el que debería haber estado la cabeza, en lugar de tras esta misma. Asimismo, a ambos lados del retablo mayor se pueden ver unos paneles policromados, remanentes del antiguo coro alto que separaba el presbiterio del resto de la nave.
Una vez visitada la iglesia, nos despedimos del organista —y del Ankou— y pusimos rumbo al coche para partir hacia Lannion, no sin detenernos antes en la aparentemente sempiterna carnicería del pueblo para comprar salchichas y algo de paté.