Arcos de la Frontera, o simplemente Arcos, es una localidad andaluza situada en la Sierra de Cádiz. Si bien su población es de unos treinta mil habitantes, solo cuatro mil de ellos residen en su pintoresco centro histórico: un entramado de callejuelas empinadas situadas en lo alto de un espolón rocoso. La ciudad fue fundada por los romanos, que la bautizaron como Arx-Arcis, es decir, «fortaleza elevada», nombre que habría evolucionado a lo largo de los siglos hasta el topónimo actual. El apellido «de la Frontera», como en la mayoría de casos similares en la región, hace referencia a la frontera castellano-nazarí que durante varios siglos separó a los reinos cristianos del reino de Granada.
Solo los vehículos de los residentes tienen permitido el acceso al casco histórico, por lo que cuando el pasado diciembre fuimos a visitar Arcos, tuvimos que aparcar el coche algo lejos del centro, en el paseo de Andalucía, para luego tener que caminar un buen rato cuesta arriba hasta poder comenzar nuestra visita. Por el camino, al final de la calle Corredera, vimos un arco de entrada que delimitaba el punto en el que el tráfico ya no estaba permitido. Imaginad nuestra sorpresa cuando, al acercarnos, descubrimos que aquella entrada estaba hecho de cartón piedra, y que no era más que una reproducción poco fidedigna de la original, la llamada Puerta de Jerez, que contaba con tres arcos y databa de la época musulmana, pero que por desgracia fue derruida en 1852.
Pasada la puerta ficticia, en la cuesta de Belén, nos encontramos con la oficina municipal de turismo de Arcos (en donde, por supuesto, entramos para que nos dieran mapas y algo de información) y con la antigua Casa-palacio del Conde del Águila. La fachada principal de esta casa solariega, de estilo gótico-mudéjar y levantada en el siglo xv, cuenta con una entrada adintelada que, debido al rebajamiento exagerado de la calle que tuvo lugar cuando se destruyó la puerta antes mencionada, ha quedado muy elevada. Una fachada digna de admiración que nos permitió hacernos una idea de las múltiples joyas arquitectónicas que nos esperaban más adelante.
Subiendo por aquella cuesta llegamos a la iglesia principal de Arcos: la basílica menor de Santa María de la Asunción, fruto de una profunda remodelación comenzada en 1512 sobre un templo mudéjar anterior. En ella trabajaron nada menos que los arquitectos Alonso Rodríguez, Diego de Riaño, Martín de Gainza, Juan Gil de Hontañón y Hernán Ruiz II, todos ellos maestros mayores de las obras de la catedral de Sevilla en algunas de las épocas más representativas de su construcción. Ante semejante elenco no es de extrañar que la parroquia mayor de Arcos sea una de las iglesias más monumentales de toda la provincia de Cádiz, con muchos exponentes de la escuela sevillana en sus formas.
La primera imagen que tuvimos de la iglesia fue la de la magnífica fachada situada a sus pies, llamada de Santa María y realizada a principios del siglo xvi en estilo gótico tardío. En ella se pueden apreciar también algunos detalles platerescos, corriente artística todavía incipiente por aquella época, y destacan especialmente en su portada el arco conopial, tan característico de la última fase del gótico, así como los escudos que flanquean su escotadura acompañados de leones rampantes. También llaman la atención los contrafuertes cilíndricos que la sustentan, adornados con pináculos y doseletes; las tres hornacinas vacías situadas sobre la puerta adintelada en el interior del arco, rodeadas por tres arquivoltas decoradas con motivos vegetales; y las dos ventanas circulares que se asoman en la parte superior, guarecidas bajo sus respectivos arcos apainelados. Sobre esta fachada se edificó originalmente del lado del evangelio una torre de la que no queda prácticamente nada, ya que se vendría abajo tras los efectos del devastador terremoto de Lisboa de 1755.
Bordeando la portada de los pies por la derecha llegamos a la plaza del Cabildo, centro neurálgico de Arcos en donde aparte de la iglesia también se encuentran el Ayuntamiento, el Castillo Ducal y la antigua Casa del Corregidor, hoy convertida en Parador Nacional de Turismo. En la fachada de la iglesia que da a esta plaza, que se corresponde con la nave de la epístola, el gótico tardío da paso al Renacimiento y al barroco, y es donde el arquitecto Vicente Catalán Bengoechea mandaría levantar en 1758 la enorme torre que sustituiría a la anterior. Al igual que sus predecesores, este señor también provenía de Sevilla, y fue maestro de obras de la Real Fábrica de Tabacos, un edificio al que la mayoría de los que hemos estudiado en la universidad hispalense nos referimos simplemente como «el Rectorado».
La torre de la iglesia, a pesar de sus ya más que respetables 50 m de altura, está inacabada, y cuenta con tres cuerpos bien diferenciados: el campanario, con tres arcos de medio punto en cada cara flanqueados por azulejos y desde los que se asoman las campanas; el balcón, en donde destacan la imagen de la Inmaculada, el frontón partido y las estatuas de san Pedro y san Pablo sostenidas por ménsulas; y la elegante portada enrejada. Originalmente estaban proyectados un cuerpo de campanas adicional y otra sección de planta octogonal para el reloj, aparte de un remate con la cruz y la veleta; si ya de por sí la torre es imponente y se ve desde bien lejos, imaginaos si el proyecto hubiera sido finalizado.
La señora que nos recibió al pasar el arco de entrada a la iglesia nos dijo que la entrada eran 2€, y que por 2€ adicionales se podía subir a la torre, desde la que había unas vistas magníficas de todo Arcos y los parajes aledaños. De buena gana accedimos, y acto seguido nos condujo hasta una puerta accesoria desde la que pudimos comenzar nuestro ascenso al campanario.
Continuará…