Parece mentira que en casi nueve años viviendo en Santiago de Compostela no me hubiera dado nunca por ir a ver el desfile de gigantes y cabezudos del Día del Apóstol que todos los años tiene lugar en el centro histórico. Afortunadamente, esta mañana me levanté con ganas de conocer de primera mano en qué consistía exactamente esta tradición y, si bien no tenía mucha idea de lo que me iba a encontrar, cuando llegué a la plaza de las Platerías y vi que estaba hasta arriba de gente supe que me encontraba en el lugar indicado. Además, frente al telón barroco de la Casa del Cabildo estaban emplazados ocho títeres gigantes junto a los cuales los asistentes se estaban haciendo fotos, mientras que en las escalinatas a la sombra de la Berenguela no cabía un alfiler de lo abarrotado que estaba. Por suerte para mí, en aquel momento los miembros de una familia que esperaba junto a la valla decidieron que tenían algo mejor que hacer y pude plantarme en primera fila a pesar de haber llegado al espectáculo con poca antelación.
De repente empezó a escucharse un enorme alboroto y llegaron varias personas caracterizadas, con cabezas grotescas cubriéndose las suyas propias y acompañados de una pequeña orquesta. La plaza se llenó de júbilo y aquellos personajes se pusieron delante de mí a realizar diversos bailes al ritmo de la música, a la par que, entre canción y canción, invitaban a los niños presentes a unirse a ellos, cosa que estos hacían de buena gana (se notaba que sabían a lo que iban). Al finalizar la actuación se abrió un camino entre el público y el variopinto grupo de danzarines siguió su recorrido, mientras que yo, sin sentirme todavía saciado, decidí perseguirlos un rato más por las calles de la zona vieja.
Al volver a casa por la Rúa do Vilar, ya satisfecho con la experiencia tras varios encuentros con el grupo, descubrí de casualidad que los gigantes que durante todo el espectáculo habían permanecido impasibles frente a la Casa del Cabildo empezaban en ese momento a moverse. Acto seguido pude presenciar cómo los llevaban uno a uno hasta la Casa del Deán, encerrándolos, presumiblemente, hasta el año que viene.