3 días en Lisboa y Sintra

Portugal

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Introducción

Lisboa está de moda, de eso no hay duda. Nosotros cometimos la locura de visitarla en agosto, y siendo sincero no salimos muy bien parados con la experiencia… No pudimos hacer ni la mitad de las cosas que teníamos en mente, los aparcamientos estaban colapsados día y noche, las infinitas colas te hacían esperar más tiempo del que luego le ibas a dedicar al monumento en cuestión… Una pena, sobre todo teniendo en cuenta la gran cantidad de opiniones maravillosas que mis amigos y familiares llevan compartiendo conmigo desde hace muchos años y que me habían suscitado tanto interés.

Nuestra idea, en principio, era visitar el centro de Lisboa, el barrio de Belém, y Sintra. Tenía varios monumentos en mente que no quería perderme por nada del mundo: el Monasterio de los Jerónimos, la Torre de Belém, la Catedral de Santa María la Mayor, el Panteón Nacional, el Castillo de San Jorge, el Monasterio de São Vicente de Fora, la Quinta da Regaleira, el Palacio da Pena y el Palacio de Queluz… Al final, lo que en otras condiciones habría sido un plan factible no pudo cumplirse por la saturación turística, y solo pude visitar por dentro tres de los monumentos antes mencionados.

Aunque esto tampoco me supone un trauma ni mucho menos (sé que tarde o temprano volveré a Lisboa, y podré desquitarme) me dio mucha pena comprobar que a la capital portuguesa le está pasando lo que a otras grandes ciudades, que poco a poco van perdiendo su autenticidad y empiezan a estar destinadas únicamente al turismo. Yo mismo he podido comprobar en Santiago de Compostela como poco a poco los comercios tradicionales de la zona vella terminan cerrando para dar paso a una tienda de recuerdos más…

Que nadie se confunda. No me creo un ser superior ni nada parecido con más derecho que los demás a visitar tranquilamente los lugares a los que viaja. Pero, por poner un ejemplo, mientras guardaba cola en la Torre de Belém escuché la siguiente conversación:

– Vaya cola, seguro que esto es una mierda.
– Bueno, pero hay que verlo, y ya nos lo quitamos de encima.
– Si, y luego toca el monasterio ese. Vaya aburrimiento de día.

Sin comentarios… El colofón a todo esto lo puso una chica a la que conocí a la vuelta en el coche compartido. Había vivido en cinco o seis capitales europeas y siempre había mantenido que su favorita era Lisboa, en la cual había residido tres años. Sin embargo, decidió volver este verano y se murió de pena al comprobar que la ciudad estaba irreconocible, que el barrio en el que ella vivió ahora consistía simplemente en un albergue detrás de otro, y que la mítica línea 28 del tranvía que cogía para trabajar parecía una lata de sardinas rodante…

Evidentemente, la culpa la tuvimos nosotros por visitar Lisboa justo en el centro de la temporada alta, convirtiéndonos además en parte del problema. Pero también frustra bastante comprobar que algunos de los turistas con los que me crucé estaban allí más para hacerse la foto de turno y subirla a las redes, o porque simplemente no tienen nada mejor que hacer. Una pena.