3 días en Lisboa y Sintra
Día 3
Belém (Lisboa)
Para terminar nuestra corta estancia en Lisboa pasamos el último día en Belém, uno de sus barrios más conocidos y emblemáticos. Situado a unos 6 km del centro histórico de Lisboa (ya pasado el famoso puente colgante del 25 de abril), en este distrito se encuentran tres de las atracciones más reconocibles de la capital portuguesa: la Torre de Belém, el Monasterio de los Jerónimos y el Monumento a los Descubrimientos.
Nosotros aparcamos junto a la Torre de Belém, ya que llegamos bastante antes de la hora de apertura, pero en cuestión de tiempo se empezó a llenar aquello de coches como si no hubiera un mañana. Por si fuera poco, aquella parte no es zona azul y estaba hasta arriba de gorrillas… Una ciudad sin ley, vaya. Al lado del aparcamiento vimos la escultura de un hidroavión en homenaje a la Primera Travesía Aérea del Atlántico Sur, que entre los días 30 de marzo y 17 de junio de 1922 recorrió la ruta que une Lisboa con Río de Janeiro (aquel hidroavión partió justamente de la Torre de Belém).
Torre de Belém (antes de la hora de apertura)
Monumento a los Descubrimientos
Faro de Belém
El Monasterio de Los Jerónimos es, para mi gusto, el monumento más notable de Lisboa. Fue construido a principios del siglo XVI por orden del rey Manuel I de Portugal, con el propósito de conmemorar el regreso de Vasco de Gama tras uno de sus viajes a la India (de hecho, el famoso explorador portugués está enterrado en la magnífica iglesia del monasterio, junto al poeta Luís de Camões). El impresionante edificio es el ejemplo más espectacular y auténtico del estilo manuelino, y tanto su fachada como su claustro bien merecen una mañana admirando todos sus detalles. La cola para acceder al Monasterio de los Jerónimos alcanzaba los límites de lo ridículo a pesar de la temprana hora, pero yo estaba decidido a visitar su interior y aguanté allí estoicamente. Por supuesto, el esfuerzo fue recompensado. Una visita imprescindible.
Iglesia del monasterio
Claustro del monasterio
Claustro del monasterio
Museo de la Marina (parte del edificio del monasterio)
Tras visitar el monasterio fui directo a la Torre de Belém (se puede comprar una entrada conjunta para ambos monumentos con la que ahorrar unos 2€, ya que se encuentran a quince minutos andando el uno del otro). Al igual que éste, fue construida a principios del siglo XVI en estilo manuelino, con el objetivo de emplazar un baluarte para artillería en la desembocadura del río Tajo. Está muy ricamente decorada con detalles orientales y mozárabes. Mi padre me contó que escondido en su fachada se encuentra la figura de un rinoceronte con una historia muy curiosa (que ya contaré en una futura entrada dedicada a la torre), pero yo cuando llegué no conseguí encontrarlo.
La visita al interior de la torre puede resultar un esperpento si hay más gente de la cuenta. Nada más llegar me llevé una gran alegría al descubrir que había dos colas: una para comprar la entrada y otra para los que ya la tenían (yo compré la conjunta en el monasterio, así que guay), pero ahí acabó el entusiasmo. La torre tiene un límite de 150 personas (algo lógico), y la escalera que lleva a lo más alto de la torre es muy estrecha, tan estrecha que hay un semáforo para dirigir el «tráfico». La idea es muy bonita, pero como la gente no tiene educación alguna se salta las normas y entra en la escalera cuando le da la gana. Resultado: estuve más tiempo en lo alto de la torre esperando para salir de allí que disfrutando de la visita (el interior, por cierto, no tiene casi nada, todos los pisos están prácticamente vacíos).
Por suerte, aquella última mala experiencia la olvidé nada más salir de la torre. Al mirarla por última vez para despedirme ya de la ciudad allí la vi de pura casualidad: la figura del rinoceronte. Lo de siempre, deja de buscar y encontrarás. Hasta pronto, Lisboa.
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