Grecia ’19

Athína
Abril de 2019
Capítulo II

Grecia

Si bien la imagen de la Acrópolis la tenía bastante clara antes de visitar Atenas, del resto de la ciudad apenas había mirado nada. Lo que tenía claro era que quería visitar el Museo Arqueológico Nacional, pero como cerraba tarde lo dejé para el final y me dispuse a realizar una ruta a pie por los lugares más representativos que había visto en mi guía. Cerca de la salida de la Acrópolis me encontré con el Arco de Adriano, una puerta triunfal erigida en el 132 d. C. como conmemoración de la primera visita del emperador Adriano a la ciudad de Atenas. Fue construido con mármol del monte Pentélico, al igual que los monumentos de la Acrópolis, y sin usar ningún tipo de cemento o argamasa para fijar sus sillares. Por lo que he leído, originalmente contaba con varias columnas adicionales y con estatuas en el nivel superior, pero todo eso se ha perdido.

Desde aquel arco se entraba a los terrenos del Olimpeion o templo de Zeus Olímpico, el mayor templo de la Antigua Grecia. Originalmente contaba con 104 columnas corintias de 17 m de altura cada una —este fue el primer templo construido cuyas columnas exteriores pertenecían a este orden—, de las que solo dieciséis han sobrevivido hasta nuestros días. El precio para entrar en el recinto del templo era de 12€, un verdadero abuso sobre todo teniendo en cuenta que no hay nada más aparte de las columnas, y que esa misma mañana había pagado 20€ por la visita completa a la Acrópolis. Empezaba a darme la sensación de que aquel país intentaba salir de la crisis a costa del turista, así que entre eso y que en aquel momento me apetecía pasear por la ciudad, decidí pasar de largo y contentarme con verlo desde lejos.

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Athína
Abril de 2019
Capítulo I

Grecia

Introducción

Hay ciudades antiguas, hay ciudades milenarias, hay ciudades antediluvianas, y luego está Atenas. Aunque su época de máximo esplendor no empezó a perfilarse hasta los tiempos de la civilización micénica —entre los siglos xviii y xi a. C.— se cree que ha estado habitada de forma continuada durante los últimos cinco mil años. En Atenas se inventaron tanto la palabra «democracia» —el poder del pueblo— como el concepto que representa, que no es poco, lo que no ha evitado que sus habitantes hayan sufrido varias invasiones, la última de ellas perpetrada por los otomanos y que duró la friolera de casi cuatro centurias. De su esplendoroso pasado clásico no se conserva más que una mínima parte, pero más que suficiente para justificar una visita a una de las capitales del mundo antiguo.

Atenas fue mi punto de partida en un viaje que realicé por Grecia en abril de 2019. Haciendo una escala larga en Bérgamo, una de mis ciudades favoritas de Italia, llegué al aeropuerto Eleftherios Venizelos pasadas las 9 de la noche. Como es habitual, la ilusión me invadió nada más salir de la puerta de embarque y empezar a ver letreros en griego por todas partes por primera vez en mi vida («¡salida se dice éxodos!», pensé, «bueno, tiene sentido, ahora todo encaja...»). Tras recoger el coche que había alquilado para aquellos días me dispuse a recorrer los escasos 20 km que me separaban de la capital y dar comienzo a mi viaje; había leído en no sé cuántos foros que los griegos —y especialmente los atenienses— conducían como locos, y que había que andar con siete mil ojos, pero tras adentrarme en el centro de Atenas un sábado por la noche con mi coche de alquiler mi impresión fue, simplemente, que allí a nadie le gustaba que le hicieran perder el tiempo al volante. Vamos, como a mí.

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