España

A Ponte Ulla
Marzo de 2021

España

Lejos parece que queda ya aquella época en la que no podíamos salir de nuestra propia provincia, ni siquiera por motivos justificados, y que cuando marchábamos de casa aunque fuera a caminar por el parque teníamos que llevar una mascarilla. En uno de aquellos días, saturado ya de casi un año de aquel confinamiento intermitente, me levanté con ganas de salir de las cuatro calles de siempre y cogí un autobús hasta A Ponte Ulla, una localidad coruñesa lindante con la provincia de Pontevedra. Había pasado en coche por allí muchas veces, y siempre me habían llamado la atención los dos prominentes viaductos que permiten salvar la garganta que el río Ulla ha esculpido a su paso por esta localidad, pero nunca me había dado por parar allí. Mi objetivo era visitar aquel lugar, acercarme lo máximo posible a los viaductos, y volver caminando hasta casa siguiendo la ruta marcada por la última etapa de la Vía de la Plata.

El autobús me dejó en uno de los cuatro puentes que atraviesan la parroquia de Ponte Ulla, el correspondiente a la carretera nacional. Desde allí tenía unas memorables vistas de la aldea, del Alto do Castro, y de los otros tres puentes. El primero, de piedra y con un arco de varios centros, estaba a poca distancia río arriba, y parecía dar a lo que era el centro de la parroquia, identificable gracias a la espadaña de la iglesia (es probable que en este lugar se encontrara el puente primitivo que diera nombre a la aldea, pero quién sabe). Más a lo lejos, podía ver casi en toda su longitud el puente de San Xoán de Cova, el más moderno de los cuatro, que es por el que el AVE atraviesa el río. Por último, ya en la lejanía, se vislumbraba el viaducto de Gundián, uno de los puentes ferroviarios más espectaculares de Galicia y el principal motivo por el que me encontraba allí aquel día.

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Puente Viesgo
Agosto de 2019

España

«Lo único inmutable en este mundo es el cambio, el constante movimiento. Hasta el más tranquilo e idílico de los paisajes palpita en incansable tránsito. Ahora mismo, en este instante, un mirlo acuático sale de su nido hecho de musgo y alza el vuelo. Desde el aire atraviesa sauces, plataneros, castaños y abetos del valle de Puente Viesgo. La naturaleza decora el ambiente de forma poderosa, y el vigor de árboles centenarios despliega una cadena de vida y color que embriaga el ambiente, amable y acogedor. Todavía hace frío, pero el invierno está a punto de despedirse. El mirlo, ajeno a la belleza en la que habita, se desliza con suaves piruetas por el aire. Su pequeña y rechoncha figura negra dibuja una ruta que sigue el curso del río Pas, de poco calado y aguas cristalinas. El paisaje, frondoso y ya casi primaveral, se despliega bajo su cuerpecillo como un mapa que, al abrirlo, es un sueño.»

Así empieza Los inocentes, la última novela de María Oruña, una escritora gallega que, a mi juicio, está sabiendo explotar muy bien esa satisfacción que le da a un lector volver cada cierto tiempo a personajes conocidos para seguir siendo testigos de cómo evolucionan sus vidas, a la vez que consigue traer en cada novela una historia novedosa que no caiga en los tópicos de siempre o cuyas tramas recuerden a las de las entregas anteriores; por esto, cada vez que publica algo nuevo no suelo tardar mucho en ir a comprarlo. Hace unas semanas salió a la venta este libro, el último de su saga de Puerto Escondido, y me llevé una grata sorpresa al comenzarlo y descubrir que casi toda la acción ocurría en una localidad cántabra que pude visitar con mis padres hace unos años: Puente Viesgo. Inevitablemente, mientras lo leía reviví el paseo que dimos por aquel pueblo al atardecer, como punto final de una de las jornadas que pasamos recorriendo Cantabria en el verano de 2019, y me he decidido a escribir un poco sobre este lugar.

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Segovia
Septiembre de 2021
Capítulo II

España

Tras perderle el rastro al acueducto en el punto en el que desaparece y se adentra en el subsuelo de la ciudad vieja de Segovia, continuamos caminando hasta la plaza del Seminario. En esta plaza se encuentra la fachada principal de la iglesia de la Compañía de Jesús, construida en la segunda mitad del siglo xvii en estilo barroco contramanierista y que conforma la parte más visible de un enorme complejo edificado originalmente para albergar al colegio de los jesuitas en Segovia —su interior esconde un espectacular retablo obra de José Vallejo Vivanco, pero no pudimos verlo al estar la iglesia cerrada a cal y canto—. En la fachada se puede apreciar el emblema del rey Carlos III, quien expulsó a los jesuitas de España en 1767 e hizo labrar su escudo de armas en la fachada de todas las iglesias pertenecientes a esta orden religiosa; desde entonces, es la sede del Seminario Conciliar de Segovia, de ahí el nombre de la plaza. Al lado de la iglesia se encuentra la sede de la Subdelegación del Gobierno en Segovia.

Siguiendo nuestro camino hacia la catedral llegamos al conjunto formado por la plazuela de San Martín y la plaza de Medina del Campo, uno de los espacios abiertos más bonitos y monumentales de Segovia. Allí se encuentran la casa del Correo Real o Casa de los Solier —un antiguo palacio renacentista del siglo xvi en cuya fachada de granito destaca sobre todo la galería abierta con arcos escarzanos—, así como la iglesia que da nombre a la plazuela. Desde aquí se pueden apreciar también el impresionante torreón del antiguo palacio de los Marqueses de Lozoya, hoy convertido en el Museo de la Fundación Caja Segovia, y el antiguo palacio de los Tordesillas —una casa blasonada del siglo xv con una galería algo posterior muy parecida a la de la casa del Correo, aunque con cuatro arcos en lugar de siete—.

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Roncesvalles
Julio de 2023
Capítulo I

España

Recuerdo haber cruzado el paso de Roncesvalles en al menos un par de ocasiones antes del presente verano: la primera, allá por 2016, al dirigirnos al país de los cátaros y a los extensos lagos del norte de Italia; la segunda, ya en sentido inverso un par de años después, mientras volvíamos de recorrer la bella costa bretona y los volcanes de Auvernia en un viaje que creó tantos recuerdos nuevos como otros revivió. Sin embargo, en ambas situaciones pasamos de largo, a pesar de lo mucho que prometían desde la carretera la fachada de aquella colegiata gótica y los imponentes albergues de peregrinos, tan enormes que parecían estar fuera de lugar en medio de aquel paraje.

Este año decidimos pasar allí la primera noche de un viaje destinado a visitar algunos lugares en la región central de los Pirineos como Saint-Lizier, Saint-Bertrand-de-Comminges o el Tourmalet. A pesar de que aquel día habíamos conducido gran parte del trayecto bajo un sol de justicia —sobre todo mientras atravesábamos «las colinas y las sierras calvas» de los campos de Soria—, conforme nos íbamos acercando a la frontera con Francia por las carreteras del norte de Navarra empezamos a ver cómo una espesa niebla se posaba sobre las cumbres pirenaicas.

Como era de esperar, cuando llegamos a las proximidades de Roncesvalles —una población situada a casi mil metros de altura sobre el nivel del mar— aquella niebla nos envolvió y apenas nos permitió ver las construcciones hasta que aparcamos el coche frente a la mencionada colegiata. Nos llevamos una gran alegría cuando al llegar a la oficina de información nos comunicaron que en diez minutos daría comienzo la última visita guiada del día, y que esta incluía todos los monumentos de la localidad a excepción de la iglesia. Evidentemente, nos apuntamos; ya habría tiempo más tarde de llevar las maletas al hotel.

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Santiago de Compostela
25 de julio de 2023

España

Parece mentira que en casi nueve años viviendo en Santiago de Compostela no me hubiera dado nunca por ir a ver el desfile de gigantes y cabezudos del Día del Apóstol que todos los años tiene lugar en el centro histórico. Afortunadamente, esta mañana me levanté con ganas de conocer de primera mano en qué consistía exactamente esta tradición y, si bien no tenía mucha idea de lo que me iba a encontrar, cuando llegué a la plaza de las Platerías y vi que estaba hasta arriba de gente supe que me encontraba en el lugar indicado. Además, frente al telón barroco de la Casa del Cabildo estaban emplazados ocho títeres gigantes junto a los cuales los asistentes se estaban haciendo fotos, mientras que en las escalinatas a la sombra de la Berenguela no cabía un alfiler de lo abarrotado que estaba. Por suerte para mí, en aquel momento los miembros de una familia que esperaba junto a la valla decidieron que tenían algo mejor que hacer y pude plantarme en primera fila a pesar de haber llegado al espectáculo con poca antelación.

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