CambridgeOctubre de 2024Capítulo I
Mi vuelo llegaba a Londres-Stansted a las 7:50 y el tren para el que tenía un asiento reservado partía a las 8:26 de la estación de ferrocarril del aeropuerto. Un plan un poco ambicioso, lo sé, sobre todo teniendo en cuenta que había que superar el control de pasaportes y que Stansted no es un aeropuerto pequeño precisamente. Pero la suerte que iba a acompañarme durante todo aquel viaje empezó a hacer acto de presencia bien temprano y mi avión aterrizó con veinte minutos de adelanto, a eso de las 7:30, por lo que me dirigí con tranquilidad a la lanzadera que llevaba desde mi puerta de embarque a la terminal y me dispuse a cruzar el mencionado control. Aquí me llevé una pequeña decepción: pensaba que, desde el Brexit, a los europeos que entraban en el Reino Unido les sellaban los pasaportes, pero en lugar de los típicos agentes fronterizos que se pasan el día estampando visados, lo que me encontré fue una enorme hilera de máquinas blancas de aspecto futurista que te escaneaban el documento, te fotografiaban el careto, comprobaban que fueras la misma persona de la foto, y te permitían pasar (o no) hacia la terminal. Todo sea por una sociedad cada vez más deshumanizada, no vaya a ser.
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