Tras perderle el rastro al acueducto en el punto en el que desaparece y se adentra en el subsuelo de la ciudad vieja de Segovia, continuamos caminando hasta la plaza del Seminario. En esta plaza se encuentra la fachada principal de la iglesia de la Compañía de Jesús, construida en la segunda mitad del siglo xvii en estilo barroco contramanierista y que conforma la parte más visible de un enorme complejo edificado originalmente para albergar al colegio de los jesuitas en Segovia —su interior esconde un espectacular retablo obra de José Vallejo Vivanco, pero no pudimos verlo al estar la iglesia cerrada a cal y canto—. En la fachada se puede apreciar el emblema del rey Carlos III, quien expulsó a los jesuitas de España en 1767 e hizo labrar su escudo de armas en la fachada de todas las iglesias pertenecientes a esta orden religiosa; desde entonces, es la sede del Seminario Conciliar de Segovia, de ahí el nombre de la plaza. Al lado de la iglesia se encuentra la sede de la Subdelegación del Gobierno en Segovia.
Siguiendo nuestro camino hacia la catedral llegamos al conjunto formado por la plazuela de San Martín y la plaza de Medina del Campo, uno de los espacios abiertos más bonitos y monumentales de Segovia. Allí se encuentran la casa del Correo Real o Casa de los Solier —un antiguo palacio renacentista del siglo xvi en cuya fachada de granito destaca sobre todo la galería abierta con arcos escarzanos—, así como la iglesia que da nombre a la plazuela. Desde aquí se pueden apreciar también el impresionante torreón del antiguo palacio de los Marqueses de Lozoya, hoy convertido en el Museo de la Fundación Caja Segovia, y el antiguo palacio de los Tordesillas —una casa blasonada del siglo xv con una galería algo posterior muy parecida a la de la casa del Correo, aunque con cuatro arcos en lugar de siete—.
La parte baja del conjunto, la plaza de Medina del Campo, está dominada por un monumento dedicado a Juan Bravo, uno de los cabecillas —junto a Juan de Padilla y Francisco Maldonado— de los comuneros que se enfrentaron al emperador Carlos I de España en un levantamiento armado conocido como la «guerra de las Comunidades de Castilla». Los tres acabarían decapitados a consecuencia de su sublevación el 24 de abril de 1521 en la localidad de Villalar —conocida desde 1932 en adelante como Villalar de los Comuneros—, en la actual provincia de Valladolid. En el Palacio de las Cortes de Madrid se conserva un magnífico cuadro de la ejecución, obra del gran Antonio Gisbert, que solo se puede ver en las raras ocasiones en las que este edificio es visitable.
En cuanto al monumento en cuestión, fue realizado en 1922 por el escultor segoviano Aniceto Marinas, entre cuyas obras se encuentran también la escultura de Diego Velázquez situada frente a la puerta principal del Museo del Prado, o la que es considerada como su obra maestra, el enorme grupo escultórico dedicado a Luis Daoiz y Pedro Velarde que veríamos al día siguiente frente al Alcázar de Segovia. Flanqueando el monumento a Juan bravo se pueden ver dos sirenas —aunque parecen más esfinges que sirenas— realizadas por el escultor valenciano Francisco Bellver y Collazos.
Ah, por cierto, en el casco histórico de Segovia muchas de las calles y plazas cuentan una historia, y la ciudad ha decidido compartirlas con el visitante por medio de unos elegantes azulejos que señalizan algunas de ellas y aclaran su significado, una iniciativa muy interesante y curiosa que ojalá siguieran en otras ciudades. El más llamativo de estos azulejos pudimos verlo precisamente en la plaza de Medina del Campo, junto al monumento a Juan Bravo, y justificaba de alguna forma por qué en pleno centro de la ciudad hay una plaza dedicada a esta localidad vallisoletana.
Por lo visto en el año 1520, precisamente durante la ya mencionada guerra de las Comunidades de Castilla, las tropas imperiales de Carlos I se disponían a abastecerse de armamento en la ciudad de Medina del Campo, sede de una de las guarniciones de artillería más importantes de Castilla, con el fin de atacar Segovia —una de las principales ciudades sublevadas contra el rey y que en aquel momento se encontraba bajo asedio—. Sin embargo, y a pesar de que el corregidor de Medina del Campo estuvo de acuerdo en la entrega de armas, los vecinos de la ciudad decidieron amotinarse para así proteger a la localidad segoviana. Como represalia, la villa medinense fue incendiada en prácticamente toda su extensión, hecho que provocó que otras localidades que hasta entonces habían permanecido neutrales como Valladolid se sumaran al alzamiento.
Y por eso en Segovia hay una plaza dedicada a Medina del Campo, en conmemoración de aquel incendio en el que los habitantes de una ciudad dieron sus hogares —y en algunos casos sus vidas— por proteger a los de la otra. De hecho, ambas ciudades están hermanadas, y también en el centro de Medina del Campo hay una plaza dedicada a Segovia.
En cuanto a la iglesia de San Martín, se tiene constancia de su existencia desde 1117, lo que la convertiría en una de las iglesias más antiguas de la ciudad. Si bien su origen se encuentra posiblemente en un templo mozárabe, el estilo predominante que ha llegado a nuestros días es el románico, tan en boga a principios del siglo xii en Castilla; además, se puede apreciar cómo algunas partes han sido reedificadas sin respetar la estructura original, lo que le otorga una morfología algo compleja.
Quizá donde estas alteraciones llaman más la atención sea en la parte de la cabecera, la que da a la plazuela de San Martín. En donde originalmente habría existido un ábside flanqueado por dos absidiolos semicirculares, en la actualidad nos encontramos una capilla rectangular —algo aberrante, por cierto— ocupando el lugar del ábside (los dos absidiolos románicos sí han sobrevivido, lo que nos permite hacernos una idea de cómo sería el ábside primitivo). La torre tampoco es la original, ya que fue destruida en una especie de guerra civil entre linajes segovianos en el siglo xiv, siendo reedificada más adelante en ladrillo y coronada con un chapitel empizarrado de estilo barroco a mediados del siglo xvii. De esta cabe destacar que no se encuentra ni sobre el crucero ni en la fachada principal, como habría sido habitual, sino en un punto intermedio sobre el segundo tramo.
Pero la parte más notable de la iglesia de San Martín la conforman los atrios del siglo xiii que rodean las fachadas norte, sur y oeste, a pesar de que sus capiteles de piedra caliza se encuentren, lamentablemente, muy deteriorados por el paso del tiempo. Si bien este tipo de galerías porticadas jugaron un papel muy importante en el románico, puesto que permitían crear un espacio abierto alrededor de las iglesias por lo común dedicado al comercio, el caso de San Martín de Segovia es bastante atípico, ya que normalmente se levantaban en cada templo uno o como mucho dos atrios, pero nunca tres. Uno de ellos, el correspondiente al lado septentrional, se encuentra cegado tras la ampliación del interior de la iglesia en esa dirección para acomodar varias capillas, lo que le resta algo de encanto, mientras que el del lado meridional es el que conserva mejor sus capiteles (aunque estos apenas se pueden apreciar desde la calle debido al pronunciado desnivel del terreno).
Del atrio situado en el lado de poniente sobresale el pórtico principal, que mira de forma fortuita en dirección a la catedral. Se trata de un enorme nártex de piedra cubierto por una bóveda de crucería y en cuyo exterior resaltan sobre todo los pilares antropomórficos y las cuatro arquivoltas, muy ornamentadas. Se cree que las cuatro figuras de los pilares representan a los cuatro profetas mayores del Antiguo Testamento: Daniel, Ezequiel, Isaías y Jeremías.
Este nártex sirve para guarecer la portada, una de las más grandes del románico castellano y la mayor de entre las que se encuentran en Segovia. Está conformada por seis arquivoltas —algunas de ellas aboceladas— y capiteles con motivos vegetales, todo ello flanqueado por dos arcos levemente apuntados que completan el conjunto del pórtico.
Continuará…