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Nagano
Noviembre de 2016

Japón

Un enorme mural conmemorativo de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1998 nos dio la bienvenida a la estación de ferrocarril de Nagano, a la que llegamos en tren bala desde Kanazawa. No es de extrañar que estas olimpiadas se celebraran aquí en al menos una ocasión, teniendo en cuenta que esta histórica ciudad japonesa no solo es la capital prefectural de Japón situada a mayor altitud —unos 400 m sobre el nivel del mar—, sino que además se encuentra rodeada de montañas y de estaciones de esquí. Nuestro objetivo era pasar el día viendo la ciudad —y más concretamente uno de sus templos— y visitando el valle de Jigokudani, para más adelante seguir nuestro camino hasta Matsumoto, en donde pasaríamos esa noche.

El origen de Nagano se remonta al siglo vii, cuando se construyó el templo budista de Zenkō-ji, uno de los Tesoros Nacionales de Japón y uno de los pocos lugares de peregrinación que quedan en el país. Con el paso de los años, alrededor de dicho templo se fue formando lo que en japonés se conoce como monzen-machi (門前町) —lit. «pueblo delante de la puerta», en referencia a la puerta principal de entrada al templo—, y este pueblo siguió creciendo hasta convertirse en la ciudad de casi 350.000 habitantes que ha llegado a nuestros días. Nada más salir de la estación de tren buscamos algún autobús de la línea Nisseki, que es la que llevaba directamente al templo desde allí, y nos montamos en él.

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Laredo
Agosto de 2019

España

Poco más de un año después de aquel breve y fallido encuentro con la localidad cántabra de Laredo, tuve la oportunidad de desquitarme y de visitar en condiciones su centro histórico, conocido como «la Puebla Vieja», como parte de un viaje por Asturias y Cantabria. Como ya avancé en mi anterior entrada, Laredo tiene una conexión especial con Sevilla, mi ciudad natal, y probablemente la principal señal de este hermanamiento se encuentre en el propio escudo de armas de Laredo, en el que se reproducen unos barcos, unas cadenas, y la archiconocida Torre del Oro. Pero ¿qué representan exactamente y por qué están ahí?

Para entender esta conexión hay que remontarse a los años de la Reconquista, concretamente a 1248, cuando unos barcos comandados por el almirante Ramón Bonifaz rompieron las cadenas que mantenían unido el único puente de Sevilla, conocido como el «puente de barcas», y que cerraba el paso del río Guadalquivir, logrando así aislar la ciudad del Aljarafe y permitiendo a las fuerzas del rey Fernando III llegar a la ciudad por la vía fluvial. Los navíos usados en aquel embate fueron construidos en Cantabria, aunque no se sabe si en Laredo, en Castro-Urdiales o en San Vicente de la Barquera. Lo que sí se sabe es que estaban tripulados por multitud de marinos cántabros —incluido el propio Bonifaz—, motivo por el cual el escudo de armas de Cantabria y de las villas que contribuyeron a esta hazaña —entre las que se encuentra Laredo— portan los testigos de aquella hazaña: las cadenas del puente, los barcos que las rompieron, y la Torre del Oro.

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Najac
Agosto de 2016

Francia

Najac es un pequeño pueblo de apenas setecientos habitantes situado unos 50 km al norte de Albi, en el corazón de Occitania, famoso sobre todo por una fortaleza real del siglo xiii que se yergue sobre el resto de sus construcciones. Nosotros llegamos allí procedentes de Cordes-sur-Ciel —otro pueblo también digno de ver del que ya hablaré en otra ocasión— y aparcamos el coche en la Place du Faubourg, en donde estaba la oficina de turismo y el habitual monumento a los residentes caídos en las dos guerras mundiales. La topografía de Najac es muy curiosa: dos o tres calles que recorren paralelamente un espolón, rodeado este a su vez por uno de los meandros que el río Aveyron dibuja por esta zona. En uno de sus extremos se sitúa la mencionada plaza en la que nos encontrábamos, y en el otro, el castillo de Najac, construido por Alfonso de Poitiers —hermano del rey Luis IX de Francia— aproximadamente entre 1253 y 1266 sobre los restos de una fortaleza anterior del siglo x con el fin de aplacar las revueltas de los señores locales.

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Laredo
Mayo de 2018

España

Hace unos años, mientras volvía en coche de un encuentro matemático en Montpellier, en el sur de Francia, hice un pequeño alto en el camino para visitar Santander y algunos de los pueblos de la costa cántabra. Nunca había estado en esta región, y entre los sitios que tenía apuntados para aquella primera visita se encontraba Laredo, un lugar con una conexión especial con Sevilla, mi ciudad natal, cuyos detalles voy a dejar para una futura entrada. El caso es que cuando llegué a Laredo con la intención de aparcar cerca del ayuntamiento para así visitar el centro histórico —y en especial la iglesia de Santa María de la Asunción, donde se custodia cierto objeto proveniente precisamente de Sevilla— me encontré con que aquella tarea iba a resultar imposible: estuve bastante tiempo dando vueltas y no fui capaz de encontrar ninguna plaza libre.

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Puente Viesgo
Agosto de 2019

España

«Lo único inmutable en este mundo es el cambio, el constante movimiento. Hasta el más tranquilo e idílico de los paisajes palpita en incansable tránsito. Ahora mismo, en este instante, un mirlo acuático sale de su nido hecho de musgo y alza el vuelo. Desde el aire atraviesa sauces, plataneros, castaños y abetos del valle de Puente Viesgo. La naturaleza decora el ambiente de forma poderosa, y el vigor de árboles centenarios despliega una cadena de vida y color que embriaga el ambiente, amable y acogedor. Todavía hace frío, pero el invierno está a punto de despedirse. El mirlo, ajeno a la belleza en la que habita, se desliza con suaves piruetas por el aire. Su pequeña y rechoncha figura negra dibuja una ruta que sigue el curso del río Pas, de poco calado y aguas cristalinas. El paisaje, frondoso y ya casi primaveral, se despliega bajo su cuerpecillo como un mapa que, al abrirlo, es un sueño.»

Así empieza Los inocentes, la última novela de María Oruña, una escritora gallega que, a mi juicio, está sabiendo explotar muy bien esa satisfacción que le da a un lector volver cada cierto tiempo a personajes conocidos para seguir siendo testigos de cómo evolucionan sus vidas, a la vez que consigue traer en cada novela una historia novedosa que no caiga en los tópicos de siempre o cuyas tramas recuerden a las de las entregas anteriores; por esto, cada vez que publica algo nuevo no suelo tardar mucho en ir a comprarlo. Hace unas semanas salió a la venta este libro, el último de su saga de Puerto Escondido, y me llevé una grata sorpresa al comenzarlo y descubrir que casi toda la acción ocurría en una localidad cántabra que pude visitar con mis padres hace unos años: Puente Viesgo. Inevitablemente, mientras lo leía reviví el paseo que dimos por aquel pueblo al atardecer, como punto final de una de las jornadas que pasamos recorriendo Cantabria en el verano de 2019, y me he decidido a escribir un poco sobre este lugar.

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