A Ponte Ulla
Marzo de 2021

España

Lejos parece que queda ya aquella época en la que no podíamos salir de nuestra propia provincia, ni siquiera por motivos justificados, y que cuando marchábamos de casa aunque fuera a caminar por el parque teníamos que llevar una mascarilla. En uno de aquellos días, saturado ya de casi un año de aquel confinamiento intermitente, me levanté con ganas de salir de las cuatro calles de siempre y cogí un autobús hasta A Ponte Ulla, una localidad coruñesa lindante con la provincia de Pontevedra. Había pasado en coche por allí muchas veces, y siempre me habían llamado la atención los dos prominentes viaductos que permiten salvar la garganta que el río Ulla ha esculpido a su paso por esta localidad, pero nunca me había dado por parar allí. Mi objetivo era visitar aquel lugar, acercarme lo máximo posible a los viaductos, y volver caminando hasta casa siguiendo la ruta marcada por la última etapa de la Vía de la Plata.

El autobús me dejó en uno de los cuatro puentes que atraviesan la parroquia de Ponte Ulla, el correspondiente a la carretera nacional. Desde allí tenía unas memorables vistas de la aldea, del Alto do Castro, y de los otros tres puentes. El primero, de piedra y con un arco de varios centros, estaba a poca distancia río arriba, y parecía dar a lo que era el centro de la parroquia, identificable gracias a la espadaña de la iglesia (es probable que en este lugar se encontrara el puente primitivo que diera nombre a la aldea, pero quién sabe). Más a lo lejos, podía ver casi en toda su longitud el puente de San Xoán de Cova, el más moderno de los cuatro, que es por el que el AVE atraviesa el río. Por último, ya en la lejanía, se vislumbraba el viaducto de Gundián, uno de los puentes ferroviarios más espectaculares de Galicia y el principal motivo por el que me encontraba allí aquel día.

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