Es bien sabido que la Alemania Nazi invadió Polonia en otoño de 1939, hecho que desencadenó una contienda internacional que duraría hasta 1945 y que a día de hoy conocemos como Segunda Guerra Mundial. Lo que quizá no sea tan conocido es que, como parte de dicha invasión, Adolf Hitler pretendía arrasar por completo la capital de Polonia y transformarla en lo que él llamaba la Neue deutsche Stadt Warschau, es decir, la «nueva ciudad alemana de Varsovia». Para ello, dio comienzo en 1939 un plan sistemático de destrucción de todos los edificios e infraestructuras de la ciudad con el fin de erradicar el sentimiento cultural y moral de Polonia como nación. Años más tarde, en el verano de 1944, tuvo lugar el llamado Levantamiento de Varsovia, una rebelión civil contra los nazis orquestada por el Ejército Nacional de Polonia; por aquel entonces, un 15% de la ciudad ya había sido destruida siguiendo el programa del Führer, pero se calcula que, como represalia por el fallido alzamiento, entre el 85% y el 90% de la capital fue arrasada en los meses siguientes.
¿Y por qué cuento todo esto? Pues porque, como os podréis imaginar, la iglesia ante la que me encontraba en ese momento, la de la Santa Cruz, fue una de las construcciones damnificadas en aquella destrucción, quedando prácticamente arruinada tal y como atestiguan múltiples fotografías históricas. Por suerte, en los años 50 del siglo pasado tuvo lugar la que probablemente sea la reconstrucción más ambiciosa y fidedigna de la historia, en donde la mayoría de los edificios históricos de la renacentista ciudad vieja de Varsovia que habían sido destruidos durante la Segunda Guerra Mundial fueron reedificados siguiendo sus diseños originales. Como consecuencia de semejante hazaña, en 1980 la Unesco declaró a la ciudad vieja de Varsovia como Patrimonio de la Humanidad, citándola como «ejemplo único de reconstrucción prácticamente total del conjunto de un patrimonio arquitectónico histórico de los siglos XIII a XX». A mi juicio, la triste historia que había detrás de todas las calles y monumentos que me disponía a ver esa mañana les daba más valor, si cabe, que si hubiesen sido construcciones originales.
Pero pronto descubriría que aquella visita a la iglesia de la Santa Cruz y al corazón de Chopin iba a estar más complicada de lo que creía. Como suele pasarme cuando estoy de viaje, se me había olvidado en qué día vivía (sabía que era domingo, pero ignoraba el día del mes, o casi el propio mes). Sin embargo, el gentío que se aglomeraba en la puerta de la iglesia, algunos de ellos portando una especie de ramilletes de flores muy coloridos, me hizo volver rápido al presente y recordar que no era un domingo cualquiera: era Domingo de Ramos.
La iglesia estaba rebosante, y en la puerta estaban repartiendo los mencionados ramos para la ceremonia (muy diferentes a las palmas que se usan en Sevilla, que son las que he conocido de toda la vida). Así que, antes siquiera de pararme a mirar la fachada, entré en la iglesia, pero la ceremonia ya había dado comienzo. Como no tenía muchas opciones, decidí bajar a la cripta, pero allí también estaba teniendo lugar una especie de celebración secundaria (?) y me di por vencido. Así que, de nuevo en la calle, me dispuse a fotografiar las torres de la fachada y sus múltiples esculturas, entre las que destacaba una situada sobre la escalinata principal de Cristo con la cruz a cuestas con la inscripción «Sursum corda» en su pedestal. Si bien esta frase en latín —que significa algo así como «levantemos el corazón» o «arriba los corazones»— forma parte del rito litúrgico romano, el motivo por el que se encuentra frente a esta iglesia es otro.
Y es que en Polonia el sentido de esta locución latina es doble, ya que aparte de su papel en la misa católica también fue usada como lema de la resistencia polaca durante la época de las Particiones de Polonia, cuando Rusia, Prusia y Austria se repartieron los territorios de la República de las Dos Naciones. Precisamente durante este período, en 1861, una manifestación a favor de la independencia de Polonia frente a esta misma iglesia fue brutalmente aplacada por las fuerzas rusas, y en recuerdo de aquel día se inscribió dicho lema al pie de la escultura.
Como todavía quedaba un rato para que acabara la celebración del Domingo de Ramos, decidí hacer algo de tiempo paseando por el campus universitario, situado al otro lado de la calle. Reconozco que no estaba entre mis planes visitarlo —ni siquiera sabía que estaba allí—, pero cuando vi aquella puerta de entrada flanqueada por sendas estatuas de Urania y Atenea —la primera portando un globo terráqueo, la segunda un yelmo— me entró curiosidad y decidí atravesarla para averiguar qué era exactamente aquel recinto.
Actualmente la Universidad de Varsovia consta de tres campus diferentes, y en el que yo me encontraba, el situado en la calle Krakowskie Przedmieście, es el más antiguo de los tres, fundado en 1816 (en él se encuentran ahora las facultades de humanidades y ciencias sociales). Sobre la puerta que acababa de atravesar se podía ver el escudo de la universidad: un águila circundada por cinco estrellas que representan las cinco facultades originales de aquel campus (Derecho y Administración, Filosofía, Ciencias y Bellas Artes, Medicina, y Teología). Aparte de los edificios universitarios —la mayoría de ellos antiguos palacios que fueron nacionalizados a principios del siglo XIX—, pude ver también un memorial dedicado a los profesores y funcionarios de la Universidad de Varsovia que perecieron en la Segunda Guerra Mundial.
Al lado del campus estaba la iglesia de las Visitacionistas, un convento barroco que data de mediados del siglo XVIII y uno de los pocos edificios de Varsovia que resultaron indemnes durante la Segunda Guerra Mundial (por lo que he visto en otras fotografías, hasta hace no mucho había dos árboles gigantescos frente a su fachada que impedían verla en su totalidad, pero cuando yo estuve los habían cortado de raíz). Al igual que en la iglesia de la Santa Cruz, en su interior estaban celebrando los oficios del Domingo de Ramos, pero pude asomarme sutilmente para ver la decoración rococó del interior. Lo que sí que no pude ver desde la puerta fue el órgano, famoso por las improvisaciones que Frédéric Chopin tocó sobre él en su juventud, cuando era el músico encargado de las misas celebradas en esta misma iglesia.
Al acabar mi paseo por el campus universitario ya había finalizado la misa en la iglesia de la Santa Cruz y pude entrar a ver su interior. En uno de los pilares que separan el lado del evangelio de la nave central estaba el monumento que me había llevado hasta allí: un cenotafio erigido en honor a Frédéric Chopin y que guarda en su interior un frasco con el corazón del compositor. El monumento, realizado por el escultor Leonard Marconi, cuenta con un busto de Chopin y, bajo su nombre, la palabra «rodacy», que en polaco significa «compatriota».
Pero, si Chopin está enterrado en París, ¿por qué se encuentra su corazón en Varsovia? Resulta que a este señor, que residía en la capital francesa desde los 21 años de edad, le aterraba la idea de que lo sepulturan vivo por error. Entre eso y que quería ser enterrado en su país —aun sabedor de que los franceses nunca dejarían que su cuerpo abandonara París—, le rogó a su hermana, Ludwika Jędrzejewicz, que le extirpara el corazón tras su fallecimiento —para asegurarse de que estaba bien finiquitado— y que lo llevara de vuelta a su madre patria. Tras la muerte del compositor en 1849 por complicaciones de una tuberculosis, Ludwika cumplió la macabra promesa y viajó desde París a Varsovia, por aquel entonces ocupada por los rusos, con el corazón de Chopin conservado en un frasco lleno de cognac y escondido entre sus ropajes.
Aparte del cenotafio, en donde descansa el corazón de Chopin desde 1882, pude ver también el llamado Altar Nacional —levantado a principios del siglo XVII para conmemorar la unidad de Polonia—, así como otros altares laterales de similar estilo. También había otro mausoleo, el de Władysław Reymont, escritor polaco y ganador del Premio Nobel de Literatura en 1924, así como un monumento dedicado al papa Juan Pablo II. Ah, por cierto, todos los años el 17 de octubre, en el aniversario de la muerte del compositor y por petición expresa de este, se interpreta en esta iglesia la Misa de Réquiem en re menor de Mozart. Viendo lo mucho que los polacos valoran a Chopin, las entradas deben estar bastante cotizadas…
Continuará…